octubre 03, 2010

El coloso de la cocina

Poca bibliografía se conoce sobre esta raza tan peculiar, pero es de público conocimiento que sus características hacen que sea un salvaje que fascina hasta a los más intrépidos.
De robusta figura, su forma circular y un tanto ovalada, dan una impresión que contrasta con su real tamaño y profundidad. Estudios recientes han demostrado que su diámetro promedio es de veinte centímetros triangulares, mientras que su altura regular es de diez centímetros rectangulares. Notables proporciones. Su pico la distingue del resto, y es a través de el que, con llamativa fluidez, concreta sus secreciones al exterior. Si bien es una raza que conserva siempre su esencia, tiene el envidiable don de adaptarse a los ambientes que la rodean y de camuflarse cuando lo cree necesario. De hecho, puede tener varias tonalidades de piel, varios tipos de piel, y a veces hasta alguna afición encubierta por la moda.
De gallarda postura, esta especie tiene la tan particular capacidad de cambiar de temperatura corporal en muy poco tiempo. Algunos incrédulos indican que este incremento del calor corporal es efecto de la accion externa; resulta increíble, pero en la postulación de estas teorías se han llegado a nombrar las palabras “hombre”, “fuego”, además de la tan trillada palabra “hornalla”. Lo cierto es que este calentamiento ha sido reconocido como un mecanismo de defensa a través del cual ahuyenta a sus enemigos, calcinándolos cuando se atreven a acercase a ella. Sin embargo, en el mismo proceso de auto-calentamiento, dos son las cosas que pueden suceder, acorde con la teoria postulada por R. W. Tyrol, un teórico del estudio artefractónico: 1) Que sea un calentamiento positivo, en el cual este salvaje lleve a cabo efectivamente su accionar de defensa, o 2) Qué sea un sobrecalentamiento, efecto contraproducente a traves del cual el desdichado animal se va deteriorando con el correr del tiempo, y de las “pasadas de agua”. Aquí es donde aparece el tan conocido chillido infernal, producto de su furia y su descontento, y la efusiva salida de humo, que hacen asociarlo directamente con un volcán.
Es de notar su aporte al estudio de las relaciones interpersonales; sin duda alguna esta especie ha establecido un punto de quiebre en la sociología moderna. En el tan ponderado trabajo del ya citado autor, Tyrol define: “…la salvaje especie peca de dependiente, dado que su inexistente autosuficiencia hace necesario que, para su corriente funcionamiento, entre en relación directa con otro tipo de artefacto, vulgarmente conocido como “recipiente…”. La contrastación empírica ha corroborado las hipótesis de este pionero en el estudio de esta raza. Pero más importante aún, es que el hombre la concibe como parte de un “kit” que utiliza, generalmente para compartir con sus semejantes el tan incorrectamente llamado “mate”. Resulta claro que su uso no se limita a ese recipiente, pero entrar en detalle de los tipos de receptáculos que Tyrol menciona en sus escritos merece un trabajo arduo, que dista mucho de lo que se quiere bosquejar en estas simples líneas.
En lo referente a la etimología del término, el criterio facilista ha optado por el descarte, al relacionarlo directamente con su par masculino: el pavo. Por el simple hecho de que en sus características intrínsecas no tiene absolutamente nada que ver con la mencionada ave, desde el laboratorio de estudios avanzados en artefactos posmodernos, creemos fervientemente en que a este incontrolable e incomprendido ser del reino animal se lo reconozca con el termino “pava”.

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